Si la acción humana es el fundamento de toda la moralidad, para ser el hombre primero tiene que querer ser.
La ética ya no es «¿Qué debo hacer?» ni tampoco «¿Qué puedo hacer?» sino «¿Qué quiero hacer?».
El querer en un sentido ético, no es sinónimo de capricho, terquedad o simplemente, una acción fortuita, sino que es un querer radical en donde nos va nuestro propio ser.
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